miércoles, 23 de julio de 2014

La última vez que la vibración de mi voz alcanzó tus oídos. Te lo dije para que te calmaras: no me iría nunca a ningún lado. Y saliste despedido por la ventana, la rompiste, impactaste contra la baranda del balcón y te caiste. Eras apenas una mancha en el aire cumpliendo la ley de gravedad. Les dije a todos que había sido un accidente, que tal vez no fui convincente pero que no te iba a dejar. Te fuiste pero igual no me quejo, porque me regalaste tiempo y sueños que todavía tengo apretados en mi mano. Desataste tormentas en la sala, huracanes en la cocina, volcanes en la habitación. No me lo esperaba, no veía venir tu asalto de desesperación, tus ganas de irte, odiando haber venido alguna vez. No sé si todavía no soy consciente, pero no me doles en ninguna parte, ni en la boca del estómago que es mi punto débil. Guardé en una caja lo que te quise, brilla como un sol por las rendijas, la ubiqué en esa habitación oscura que siempre quisiste iluminar con ventanales. Llegó la policía,  yo tomaba un té en el balcón por el que te vi volar y hablé tranquila y clara como un minúsculo lago. Cintas amarillas adornaban nuestra casa, nunca estuvo tan alegre y festiva. Siete flores que encontré por ahí fueron mi regalo. Puedo sonar muy frívola, pero estaban impregnadas de tristeza. No quiero ser dura conmigo, mi conciencia está fallada o no funciona correctamente, pero al fin y al cabo, a pesar de todo, mis últimas palabras rebosaban de amor.

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